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de repente, aparece alguien que te dice que aflojes >> y cuando aflojas te das cuenta de las cosas <<

20 de noviembre de 2013

Nacemos con una especie de código de barras adjunto. Un chivato común que marca quién somos, de dónde venimos, nuestras virtudes, nuestros defectos, porqué preferimos la carne al pescado, el arroz o la lasaña. Un código intransigente, observador. Con rayas paralelas trazadas en la más recta línea, al más mínimo detalle.
Nos hacen creer que el hecho de que todas esas partes nos pertenezcan (o las pertenezcamos) ha sido labor del destino. De un pasaporte que se nos entrega al nacer en el que está todo previsto. Con fechas, destinos, idas y venidas. Un pacto del que no te sientes partícipe ni mucho menos responsable. Pero un pacto que por factores externos te ves obligado a sobrellevar.
Pero, ¿alguien ha pensado en el turista?, ¿acaso es un pasajero más en su propia vida?, ¿no tiene como ser humano el derecho de elegir cuándo y dónde parar?
Lo cierto es que lo tiene, y con él tiene además la obligación de usarlo.
No es sensato quedarse parado esperando que pase algo, porque al final lo único que pasa es la vida. Y con ella las oportunidades, la ilusión.
Somos seres humanos, habitantes del mundo, ciudadanos, pero ante todo personas. Personas que efectivamente cargan a su espalda vivencias, experiencias que le hacen ser. Líneas paralelas en ese código que nos define del que por mucho que intentemos no lograremos separarnos jamás. Cada inscripción en él configura una parte de nosotros, de nuestra vida.
La familia ocupa el lugar más importante, nos aporta las raíces, nos hace sentirnos queridos al nacer. Nos educa, nos enseña. Sin ella no seríamos quienes somos a día de hoy, ni a día de ayer, ni de mañana. Pasamos la mayor parte de nuestra vida conviviendo con ellos, padres, hermanos, abuelos, primos, tíos y demás.
En mi opinión en nuestra infancia queda escrito más de la mitad de ese infinito código de barras. Cada caída, cada golpe, cada victoria, cada recompensa; todo. Cuando somos niños descubrimos todo poco a poco, diferenciamos entre lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto, aquello que debemos hacer y lo que no. Crecemos.
Quién se encarga de hacernos entrar en razón después de cualquier berrinche es la misma persona que con una mano nos levanta de la caída y con la otra nos recoge en un fuerte abrazo. Aquella persona que aporta el valor necesario a la vida para que no nos falte de nada, para que nos convirtamos en buenas personas. El pilar fundamental, quien está ahí pese a todo y para todo. En quién más confianza depositas y quién más te la brinda a ti.
Una madre, un padre, un abuelo, una abuela… alguien que es fundamental en tu día a día, sin el cual no te imaginas caminando, sino más bien saltando entre baches inesquivables. Viviendo entre códigos de barras, códigos que ahora parecen pasos de cebra con semáforos en rojo, en los que puedes ser atropellado en cualquier momento por el más inesperado vehículo o incluso por la más valiente liebre…
Y es que la familia no se elige, pero puestos a creer en el destino diría que es la que es por algo. Quiero decir, ¿alguna vez te has imaginado en otra casa, con otra gente compartiendo alegrías y penas, opiniones… momentos en definitiva? Resulta extraño, es tener la sensación de estar en casa pero sentirte a kilómetros de ella. Sin el calor de la compañía que más vale, la de tu gente. La misma de la que a veces te alejas a sabiendas, pero a la que acudes siempre que puedes, siempre que entras en razón.
Pero al código de barras le falta además aquella parte de la cual te sientes responsable. De las amistades, ya que eres tú quién las elige. Personas que forman parte de tu día a día y que eliges por ser lo más parecidas a ti, incluso a veces las más diferentes, pero personas con las que conectas de otra forma. Con las que te sientes a gusto tal y como estás, tal y como eres. Algunas pasan por tu vida de forma pasajera, otras vienen para quedarse, pero de una forma u otra, todas aunque en diferente medida comparten contigo momentos, rayas trazadas en el famoso código de barras.
En definitiva somos quién somos porque venimos de dónde venimos, eso es inalterable. Pero el hecho de que el futuro sea como su propia definición dice, lo que está por venir, hace que ponga en duda la validez de un pasaporte que me obliga a vivir determinadas cosas, que me obliga a caer en determinados vicios, que me impone estudiar cierta carrera, aspirar a cierta profesión, vivir de una determinada forma, en fin, ser quién quiere que sea. Somos dueños de nuestra historia y los escritores de esta. Tenemos derecho a decidir, no merecemos sentirnos rehenes de ella. El pasaporte quizás tenga claro que el invierno del 2016 lo pasaré en Nueva Zelanda, el del 2017 en Tailandia y el de 2018 en Puerto Rico.
Pero si algo tengo claro es que todo guarda importancia en la medida en que se la damos. Y yo, estoy dispuesta a poner bastantes imprevistos en mi visado que acaben por desmoronar los supuestos planes y hagan que me sienta entonces sí, dueña de mi propio destino 


Cristina Gómez Prado

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